El GAM, espejo de la historia

Por Amanda González Alarcón

En color, el GAM; en blanco y negro, la UNCTAD III

En entrevista con Sofía Montealegre Barba, arquitecta e investigadora, recorremos la historia del edificio que hoy acoge al GAM, Centro Cultural Gabriela Mistral, que abrió sus puertas en el 2012. Sin embargo, su historia va mucho más atrás. Así, a través de un edificio, atravesamos los últimos 50 años en Chile.

El GAM, Centro Cultural Gabriela Mistral, abrió sus puertas en el 2012. Es un edificio grande, largo sobre su horizonte. Lo cubren unas planchas de acero color cobre, con agujeros que suponen dejar ver la vida que pasa adentro desde la Alameda, la avenida sobre la que se sitúa en Santiago Centro. 

Desde que abrió, se ha vuelto una referencia de la vida cultural de la capital, con las carteleras de teatro, ferias de libro que se celebran en su explanada, exposiciones y grupos de adolescentes que se reúnen a bailar en la plaza de atrás. Es un lugar vivo, donde la gente se encuentra con amigos, va a trabajar, a comer la vianda de la casa; e incluso se ha tornado en un escenario de la vida social y política chilena de los últimos diez años, como un punto de encuentro para protestas, la revolución feminista del 2018, el estallido social al año siguiente, y más. Pero ese rol es una herencia de una historia más antigua, cuando este edificio tuvo otras caras y otros nombres, 50 años atrás.

La UNCTAD III

En 1972, Salvador Allende era el primer presidente socialista electo democráticamente en la región, cuyo partido era parte de la Unidad Popular (UP), una coalición de izquierda. En ese tiempo, Latinoamérica vivía un cambio económico importante, apurándose a alcanzar el desarrollo e industrialización del resto del mundo. Las principales ciudades tuvieron una aceleración de construcción y se desbordaron de sus ejes. Fue en ese contexto que apareció la oportunidad de alojar en Chile una conferencia internacional cuyo fin era asistir a los países en vías de desarrollo a integrarse en la economía mundial. La UNCTAD, Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, cuyo énfasis era empujar el crecimiento económico en países en desarrollo. En aquel año, se celebraba la tercera edición, y necesitaban un lugar donde hacerla.

“El primer problema era ¿dónde lo hacemos?”, nos cuenta Sofía Montealegre, arquitecta e investigadora, cuya investigación se enfoca principalmente en la arquitectura moderna del S. XX y la construcción de la UNCTAD III, ahora GAM, y que nos guía en la historia de este lugar. “Ahí le ofrecieron a Allende a hacerla en Chile, lo cual era una oportunidad enorme para la UP para mostrarle al mundo quién era Chile, de qué era capaz Chile. Como el primer gobierno socialista elegido democráticamente, estaba en la mira, y era el momento de demostrarle al mundo su capacidad tecnológica, humana, del arte, de todas sus vetas”.

Pero había solo un problema: no había un lugar que fuese capaz de alojar tamaña conferencia, y a pesar de que solo quedaba un año hasta la fecha, se decidió construir un edificio. Como no había tiempo para llamar a concurso, el proyecto fue entregado a la Corporación de Mejoramiento Urbano, CORMU, cuyo director ejecutivo, Miguel Lawner, coordinó el trabajo de cinco arquitectos: Hugo Gaggero, José Covacevic, Juan Echenique, José Medina y Sergio González Espinoza. “No habían trabajado juntos, y a pesar de eso, desde sus distintos puntos de vista, se pusieron de acuerdo y armaron algo rápido”. 

“Se propone entonces este edificio como una carpa: una gran cubierta sobre pilares, en el que se puede colgar una arquitectura efímera, prefabricada y de fácil montaje, para hacer los salones de conferencia, y atrás [se hace] una torre de Secretaría con oficinas para los delegados y para la prensa: toda la estructura humana que necesitaba la conferencia”. Así, el complejo tenía dos partes: una placa, que es la parte horizontal, donde estaban las salas de convenciones con capacidad para 2300 personas, y la torre que daba a la calle Villavicencio, de 23 pisos, con 400 oficinas. Era un proyecto enorme que se tenía que lograr en apenas 10 meses.

Un cartel gigante que daba a Alameda llevaba la cuenta de los días pasados y restantes. Foto: Museo de la Construcción CChC.

Con tan apretado plazo, se necesitaban todas las manos posibles, lo que convocó a cientos de voluntarios a tomar parte. “Eso despertó un fervor en toda la población al punto de que la gente se ofrecía para ir a la construcción, como universitarios que iban a los turnos nocturnos después de clase. Realmente había como un sentimiento de que había que llegar, porque acá nos la estábamos jugando todos y todas”.

En Chile, para celebrar que ya se puso la techumbre de la construcción, se celebran los tijerales, donde la constructora suele poner la carne y el vino, y todos los involucrados celebran por un día. Mesas y mesas recorrían la Alameda, donde los trabajadores y sus familias compartían. Foto: Fundación Salvador Allende.

El arte funcional: las 38 obras nacionales que decoraban la UNCTAD

Había otro tema además del diseño, construcción y mano de obra. Dentro de la agenda también estaba demostrar la capacidad del arte chileno, y para eso, había que decorar el edificio completo. Eduardo Martínez Bonati, pintor, se propuso a sí mismo para participar de esta parte, y se dispuso a coordinar toda la decoración y mobiliario, y con la misma iniciativa del resto del proyecto, se puso a llamar a una serie de artistas chilenos para encargarles obras. 

“Él dijo, ‘bueno, voy a invitar a todos los que conozca que quieran participar’; hay gente que dijo que claro que dijo que no, por el poco tiempo que tenían, eran apenas tres meses para incorporar el arte porque había que meterlo entre medio del proyecto que no estaba terminado, o sea también era decirle a los artistas: ‘Mira, ahí donde está la punta del cerro hasta esa viga de ahí, que están moviendo los obreros, ahí va tu obra’. Era puro imagínate lo que puedes hacer y haz lo que quieras”. 

Artistas reconocidos y artesanos fueron invitados a participar en el proyecto. Tapices, murales, pinturas y esculturas fueron parte del conjunto artístico de la UNCTAD. Todos los involucrados fueron pagados el sueldo de un carpintero de primera, “que era como un sueldo base de obrero de construcción, lo que significaba también que había que convencer a grandes artistas de que trabajaran por ese precio. Entre ellos estaba Matta, por ejemplo, con dos obras de arte, por el mismo pago que el carpintero que participó en la obra, que es algo bien bonito”.

Otra parte importante es que fuese arte incorporado a la arquitectura, arte que saliera del lienzo y se dispusiera directamente con la construcción, de forma utilitaria. Así, en lugar de chimeneas industriales comunes que salieran desde las cocinas en el subterráneo, tenían la oportunidad de hacer una escultura que actuase como chimenea.

Instalación de la escultura “Chimenea” de Félix Maruenda. Foto: Fondo Félix Maruenda.

“Se ponía un tapiz porque ayudaba con el ruido, entonces se ponían en los comedores o en los pasillos; o en vez de poner un tirador de puertas genérico, por qué no decirle a un artista que hiciera un tirador de puerta, o poner una chimenea que sacara los gases de las cocinas del que estaban en el subterráneo. Hay artistas que les podía insultar: ¿cómo voy a hacer una escultura que me van a llenar de grasa? Pero tienes la oportunidad de hacer que tu obra esté funcionando para una necesidad real y meter el arte en esas cosas como comunes y corrientes y sacar el arte al espacio público. Entonces era algo bien novedoso”, reflexiona Montealegre.

Eran 38 obras de de 36 artistas o colectivos nacionales de todo tipo, que combinaban valor artístico y funcional. De hecho, muchas eran hechas por mujeres, alrededor de la mitad, lo que también era muy particular para la época, y exploraba materialidades distintas, que no eran necesariamente tan típicamente valoradas. Esculturas que son luces de techo, tapices hechos a mano por las bordadoras de Isla Negra que reducen el ruido, fuentes de agua, ballenas de mimbre que flotaban desde el techo del comedor subterráneo, o como decimos en Chile, el casino.

El casino de la UNCTAD III. En el techo, las ballenas de Manzanito, artesano que trabajaba con mimbre. Foto: Miguel Lawner.

Cuando terminó la conferencia, la UNCTAD III pasó a manos del Ministerio de Educación y se renombró Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral. El comedor que había en la parte de abajo se convirtió en un casino que servía comida a diario, donde iban personas de todo tipo, oficinistas, obreros, estudiantes, gente de paso, gente que iba cada día. Héctor, que trabaja en el GAM de hace cuatros años, contaba de una vez que, en una visita a Santiago desde el sur, conoció el casino: “La gente venía a almorzar aquí, a precios populares. Yo soy del sur, pero sí lo conocí en ese tiempo. Nunca entré a almorzar, pero toda la gente de alrededor, oficinistas, de todo nivel social, no solo gente humilde, venían a estar acá por el precio, que si en otro lado valía tres mil [una comida completa], acá valía mil pesos, una cosa así”.

La UNCTAD, entonces ya Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral, se convirtió en un centro de encuentro para compartir, conversar, para hacer eventos. Las salas de convenciones tuvieron tal éxito que estaban reservadas hasta el 74. La torre pasó a llamarse la Torre de las Mujeres, para usarse en un proyecto que involucraba llevar mujeres de diferentes lugares de Chile para formarse en habilidades como electricidad, carpintería y economía del hogar. Todo eso duró un año y medio, hasta el golpe de estado.

El Edificio Portales

Junto al GAM, a la salida del metro Universidad Católica, hay unos cuantos puestos que venden cámaras análogas, materiales de arte, antigüedades y demás cosas. En uno de ellos, Alfonso vende libros nuevos y de segunda mano. Él tomó parte activa en esos tiempos, cuando la UNCTAD se entregó como centro cultural y se volvió un punto de encuentro. “Abajo había un casino donde venía gente de todos los estatus sociales a compartir y a almorzar, y se hacían muchos eventos culturales”.

Y también estuvo cuando ese sueño se vino abajo.

En 1973, apenas un año después de haber sido inaugurada la conferencia, Chile sufría un golpe de estado militar que derrocaría a Salvador Allende y la UP mediante un bombardeo a La Moneda, el palacio de gobierno, por lo que quedó inutilizable. Frente a la necesidad de un lugar donde alojar a la Junta Militar, decidieron ocupar el Centro Cultural Metropolitano Gabriela Mistral.

“Yo pasaba por aquí afuera, todo este sector estaba acordonado. No se podía circular por acá, solo por la vereda de enfrente. Era un lugar siniestro durante la dictadura”, cuenta Alfonso. El edificio, una vez abierto a todo quien quisiera pasar, con puertas vidriadas que permitían avistar la vida adentro, fueron tapiadas y así, cerrado al público. La originalmente UNCTAD III cobraba otra vida. Para volverla sede de la junta militar, el edificio que una vez fuese un centro cultural donde crecía la vida popular, se selló.

Por 17 años, Chile se sumió en una dictadura militar. Lo primero fue deshacerse de todos los rastros de la vía chilena al socialismo, lo que significó la persecución de simpatizantes del gobierno, el exilio de muchos, la tortura, el asesinato y la desaparición de varios más. Los primeros años fueron los más brutales: hasta el año 1979 se asesinó o hizo desaparecer a 2664 personas, el 83% de las víctimas totales de la dictadura, que terminaría 10 años después. Contrario a lo que se cree, la mayoría de estas víctimas no tenían militancia política.

El edificio volvió a cambiar de nombre, de Gabriela Mistral a Diego Portales, lo que estaba cargado de significado. Por un lado, Gabriela Mistral era una mujer, poeta, nobel de literatura y educadora, mientras que Diego Portales era un hombre, militar y político conservador. El legado de Gabriela Mistral fue reformas en la educación en distintos países, mientras que el legado Portaliano fue el autoritarismo. La transición de uno a otro significa el cambio de la personalidad del edificio, y como un gran espejo, la del país.

“Era tan potente este proyecto y tan representativo para tanta gente de lo que había sido el éxito de la UP, que la Junta Militar decide, después de bombardear la Moneda, reunirse ahí porque la Moneda estaba en ruinas”, explica Montealegre sobre la elección del edificio, “y pues sí, hay una primera razón, que yo he tenido esa discusión con profesores que dicen ‘ellos tomaron la UNCTAD porque era muy práctico por ser un edificio muy grande’. Yo diría que era bastante poco práctico para una administración tener puros salones de conferencias masivos. Entonces fue la forma más efectiva de pisar no solamente a Allende con destruir la Moneda, si no también aplastar a todas las personas que se compraron el cuento de lo colectivo y cerrarles las puertas”.

Augusto Pinochet, cabeza de la dictadura, en un acto en las puertas del Edificio Portales.

El que se cerraran las puertas del edificio también implicaba no saber qué pasó con las obras que lo decoraban. Muchas desaparecieron, otras se destruyeron, y las utilitarias se mantuvieron.

Estos tiradores de puerta, hechos por el escultor Ricardo Mesa, llevaban a las salas de conferencia. Mostraban unos puños en alto, por lo que fueron invertidos en ese periodo, para cambiar su significado.

Para Alfonso, el vivir el cambio fue “un poco de emociones encontradas, porque yo fui parte de eso, durante el gobierno popular, entonces cuando llegó la dictadura, nos quebraron, todos nuestros sueños de un mundo mejor se fueron a la cresta –por decirlo en buen chileno–, vivimos muchos años en la negrura, oscurantismo, por la situación dictatorial que se estaba viviendo. Todo el mundo andaba asustado y no se podía hablar mucho”.

En ese lugar, la Junta Militar decidió que Pinochet seguiría como líder; “donde Frei Montalva fue a tocar la puerta y decir ‘bueno, ahora me ponen a mí’, y lo mandaron de vuelta; donde se hacían los discursos cuando Pinochet aparecía en la tele, en la escalera o el salón principal, y así, se volvió una imagen radicalmente contraria lo que el edificio era”, narra Montealegre. Para varias generaciones, las puertas del edificio se volvieron una imagen de terror. “Mi mamá siempre me dice que las puertas de Juan Egenau, que estaban puestas a la calle, y ahora están expuestas en el interior del edificio, a ella siempre le dieron susto”.

Puertas de madera, cobre y alumnio de Juan Egenau.

El edificio Diego Portales se mantuvo sede de la dictadura hasta 1981, cuando la recuperación del Palacio de la Moneda estaría terminada, y se reubicaría allí, lo que dejó al Portales como sede del poder legislativo hasta el retorno a la democracia.

Y se produjo una cosa extraña que es el personalismo, o sea, yo soy yo nomás y no me meto con otros, qué me importan los demás
— Alfonso, librero

En 1988, se organizó un plebiscito para decidir si Pinochet seguía o no en el poder por ocho años más. Las opciones eran simples: “sí” o “no”. De vencer el “sí”, el régimen continuaría hasta 1997. Si triunfaba el “no”, se prorrogaría un año más y se organizarían elecciones presidenciales. Así, en la madrugada del 6 de octubre de 1988, en el Edificio Portales, se dio a conocer el resultado. Con un 60% de los votos, el No triunfó y selló el fin de la dictadura militar y el comienzo de la transición hacia la democracia. Al año siguiente, fue electo presidente Patricio Alwyin, de la Concertación, coalición de partidos de izquierda y centro-izquierda que gobernarían Chile por los siguientes 20 años.

En los últimos años de la dictadura, Alfonso describe la energía que se vivía como un movimiento social que iba creciendo, pero que se apaciguó con los tratos políticos internos y el periodo de la transición. Y al retorno de la democracia, “empezó un resurgir de todo lo que se había perdido, pero ya no era lo mismo. Era una democracia, pero toda la gente que uno conocía estaban muertos, asesinados, desaparecidos, en el exilio. Todos mis amigos ya no estaban. Y se produjo una cosa extraña que es el personalismo, o sea, yo soy yo nomás y no me meto con otros, qué me importan los demás”.

El GAM

Tras el retorno a la democracia, el edificio Portales quedó abandonado. Para algunos, era un fantasma de la dictadura; para otros, la imagen del proyecto aplastado de la UP; otros más lo veían como el que una vez fue casa de gobierno, y luego quienes solo lo veían como un edificio abandonado, la carcasa de un tiempo en Chile que dejó de existir. Se mantuvo inutilizado por años, hasta que en el 2006, un evento volvió a tomar la atención de la gente.

En aquel año, un incendio afectó el extremo de la placa. Para Montealegre, ese fue el inicio de la curiosidad respecto al edificio que la trajo al punto de investigarlo a fondo. En ese entonces, tenía nueve años. Sus papás, ambos arquitectos, vieron la columna de humo saliendo desde el centro, y fueron a ver. “Llegamos cuando ya estaba absolutamente destruido. Pasamos en auto por la Alameda y ahí mi mamá nos comentó que era un edificio que se hizo en el periodo de la UP”.

Incendio del 2006. Foto: GAM/Televisión

“Se dice que fue una falla eléctrica, que se había advertido que podía pasar, y es lógico. Un edificio del 72, ¿cuál es la posibilidad de que sigan funcionando los circuitos? Había un claro abandono, un desprecio de lo que significaba el edificio. Aparecieron arquitectos de renombre en revistas de la época a decir ‘boten esa cuestión, si a todos nos recuerda puras cosas malas, si este edificio no tiene nada que ver con nuestra historia’. Yo no estoy de acuerdo”.

Con el gobierno de la presidenta Michelle Bachelet, se decide llamar a concurso para recuperarlo y hacer un centro cultural. El proyecto demoró cuatro años y fue rebautizado como Centro Cultural Gabriela Mistral, o más bien, GAM. En lugar de los metros y metros que tenía la UNCTAD de muro continuo, donde podían colgarse obras y demás, quedó un muro vidriado, con la idea de que siempre se pueda mirar dentro del edificio. Se hizo una biblioteca, una cafetería, una librería y dos plazas donde la gente se echa, come, se encuentra. Hay un museo, una sala de grabaciones y una sala de exposiciones, así como un teatro, la actividad principal del GAM. 

Había un máximo que se podía demoler, y demolieron más. Los pilares y la cubierta son lo que conserva de la UNCTAD. “A mí me parece interesante y válido considerar que han pasado cuarenta años en los que ha cambiado nuestra concepción de la cultura”. Entonces, explica Montealegre, con el proyecto surge la pregunta de, ¿qué queremos hoy en día ser como centro cultural?

El GAM hoy en día. Atrás se asoma la Torre Villavicencio, la que estuvo en manos del Ministerio de Defensa hasta el 2018, cuando pasó al Ministerio de Bienes Nacionales. Se mantiene desocupada desde entonces. Foto: GAM.

Desde la UNCTAD a hoy, Chile pasó por muchas etapas donde la cultura significó distintas cosas. No es lo mismo hablar de cultura en los 70, cuando era parte de un proyecto popular, a hoy, en un Chile con una herencia marcadamente neoliberal, donde la cultura no suele ser un proyecto de un estado, y donde hay un pasado dificilísimo y muy polarizado aún vigente. Que el GAM surgiera durante la Concertación, la coalición que lideró el proceso de transición a la democracia, significaba que sería un edificio que reflejara esa mirada, de un Chile nuevo, borrón y cuenta nueva.

“El resultado es un esfuerzo por maquillar toda esta historia y decir que somos otra cosa; yo encuentro que es la cara de la concertación, un proyecto que habla mucho de la mentalidad de la segunda mitad de la transición: de decir, estamos todos bien. La cultura es bonita”. Es decir, el edificio dejaba ser explícitamente político. Se volvía parte de otro espacio vital, del hoy. O eso se intentó.

El estallido

El 18 de octubre de 2019, a raíz de la subida del precio del metro a inicios del mes, estudiantes secundarios comenzaron una evasión masiva del pago del transporte, lo que fue fuertemente reprimido por carabineros y llevó a una serie de protestas en Santiago. Al día siguiente, el presidente Sebastián Piñera declaró estado de emergencia en el Gran Santiago. Con los días, solo se sumarían otras zonas del país al movimiento, lo que llevó a un Estallido Social. Otra vez, el GAM, situado en la Alameda Central, volvió a ser parte del escenario político del país.

Héctor y su colega, Ramiro, ambos ya trabajaban en el centro cultural entonces, y vieron cómo la gente interactuaba con el GAM. Ellos lo describen como el centro del Estallido Social. “En la parte de ahí estaba la Cruz Roja, para todos los heridos que llegaban. Pero acá no sucedió nada. No tiraban nada, no tiraban bombas para acá, porque estaba la Cruz Roja. Quedó a disposición de la gente. Es el centro de encuentro de todo, afuera se hacían las protestas. Y la gente lo cuida, lo cuida harto”.

En el Estallido, la fachada del GAM se volvió un lienzo de las consignas, una exhibición de la explosión gráfica que exigía un cambio. Carteles, stickers, graffitis y más pasaron a ser parte del cuerpo del edificio, cosa que los mismos directivos abrazaron, y cuando fue borrado por pintura por gente que apareció en la noche, lo condenaron, debido a que el GAM era y sigue siendo un reflejo del momento y un escenario para la gente. Hoy, las marchas comienzan allí. Para el 8M, día de la mujer, es el punto de encuentro y donde se llevan a cabo múltiples actividades colectivas. 

1, 2 y 3: intervenciones del Estallido Social sobre la fachada del GAM; 4 y 5: desconocidos borran las intervenciones con pintura durante la noche. El GAM responde, “condenamos este hecho que vulnera nuestra institución, nuestra libertad y que borra parte de la historia que Chile estaba escribiendo”; 6 y 7, imágenes de marchas feministas del 8-M. Fotos: 1 y 5, The Clinic. 2, 3 y 4, GAM. 6 y 7, Fran Razeto.

Hoy

Dos mujeres jóvenes pasean por el GAM. Entran por el lado oriente, donde hay una construcción detenida de hace años, para sumar un auditorio al edificio. Para cubrirla, hay unos murales de montañas, ríos, mujeres con el puño en alto con pañuelos morados y verdes. Ellas posan y se toman fotos con los muros pintados. Al preguntarles si ya habían estado por allí, responden que no, que es la primera vez que lo visitan. Son estudiantes de diseño gráfico y les dieron el día, así que decidieron conocer una lista de lugares en Santiago, empezando por el GAM. No saben nada más del edificio, no conocen su historia ni tampoco la sospechan. Para ellas, es un lugar nuevo que refleja algunos de los temas que conciernen a las mujeres universitarias de hoy en día: la ecología, el feminismo, el aborto. Desde el estallido social, el edificio cobró un simbolismo antiguo: el escenario para un sueño, el cobijo para un movimiento social.

Montealegre ve toda esta línea de tiempo, sus transformaciones, el cambio político y social, y propone una forma de ver al edificio como un palimpsesto, “un cuero antiguo que se utilizaba como manuscrito, que cuando querías reutilizarlo para escribir otra cosa, lo raspabas y volvías a escribir encima. Lo bonito de este objeto es que inevitablemente verás lo borrado. Aunque raspes el cuero, igual va a quedar una huella de lo que escribiste antes, entonces son capas y capas de texto encima de un mismo material”.

Así, al mirar detrás del vestido de acero corten, se ven los pilares, “que claramente no pertenecen a la misma arquitectura y tiene una época distinta”. Y que tan solo con mirar este cuerpo físico y cavar hacia atrás, el edificio habla y cuenta su historia. 

Al preguntarle a diferentes personas el nombre de este edificio, salen distintas respuestas, sea el GAM, el Edificio Portales o la UNCTAD, lo que a su vez revela las historias de quienes responden y las capas que siguen viendo en él. Un espejo de la historia. Un testigo de los últimos 50 años de Chile.

“Al final prueba que, en el momento en que le das un espacio a la gente, la gente llega y arma un espacio común, y no tiene por qué saber cuál era el discurso original, que se construyó en 275 días o lo demás, para encontrarle algo especial”. 

Lo que sí, es lo que provoca saber que en algún momento se hizo así: que comenzó con un sueño, que fue interrumpido, y que hoy continúa en otra forma, en otro tiempo. Lo que Montealegre quiere comunicar es que, al saber su historia, nos damos cuenta de que “somos capaces de mucho más. Volvamos a hablar con la misma emoción de lo colectivo y de lo que podemos hacer todos juntos, y no con el susto de que eso vaya a molestar a alguien más y se eche perder todo, porque hacerlo depende de nosotros”.


El libro Capas de memoria de Sofía Montealegre Barba, editado por Local Ediciones, se presenta el 25 de enero de 2024 a las 19 hrs en la Librería del GAM, abierto al público. Allí se podrán encontrar ejemplares a la venta, así como en preventa en https://www.casapublica.cl/.

Gracias a Sofía Montealegre Barba por la generosidad de toda esta información y punto de vista. Gracias a Héctor, Ramiro y Alfonso por sus testimonios.

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