Negantropía y entropía

Lilian Barlocco


Ilustraciones: Amandina Catrala


Nuestras existencias transcurren a menudo en un frágil equilibrio entre azar y determinación, en el sutil balanceo de la sorpresa y la premeditación, entre las fuerzas de destrucción y creación, entre las dinámicas de la entropía y la negantropía, entre el desorden y el orden. Y pienso que, en estas ecuaciones, el caos podrá siempre ser derrotado por la armonía, pero solo hasta que ésta caiga nuevamente vencida por el caos…

Yo, a estos dos, ya los había cacha´o antes. En los últimos días merodearon por las calles del barrio. Pretendían pasar desapercibidos ¡los muy choros!, parecerse a cualquier persona, a cualquier peatón normal, pero me di cuenta perfectamente –soy muy observador y encima curioso– que de normalidad, ¡estos, na´a!  Primero, eran dos jóvenes parejas, cuatro personas en total, paseando a tempranas horas de la mañana. ¡Sospechoso! ¡muy sospechoso! ¿Adónde iban tan despreocupados en apariencia? Segundo, ellas no tenían pintas de chilenas, po´. ¡Ah no! A nuestras mujeres yo las conozco bien y algo en estas dos cabras, no sé si el culo o la ropa, me indicaba que no eran de por aquí. Es verdad que caminaban bien tranquilos, meta conversar, pero se les notaba que observaban de reojo, o moviendo la cabeza como si no fuera intencional el ladearla pa´ ver mejor la fachada que custodiamos, contar las puertas que hay, cuántos las vigilamos, qué armas portamos. 

Yo los vi sí, ayer y anteayer, estoy seguro, pero no dije nada, ni siquiera sé por qué me callé. Habría podido marcar un punto con mi superior señalando el hecho, pero no lo hice y ahora, a lo mejor me arrepiento. ¿Habrá sido porque casi tienen mi edad?, ¿porque son tan jóvenes como yo y me apena imaginar a los gallos muertos y a ellas violadas, o que les pase algo grave, que los hieran, por ejemplo, o los manden presos y hasta los torturen, lo que es peor que morir? ¿No le habré achunta´o eligiendo mi oficio? En estos últimos tiempos tan agitados me lo he preguntado a menudo: ¿para qué carajo entré en el Ejército si no soy capaz de hacerle daño ni a una mosca aunque el daño se justifique porque el otro es “un enemigo”?  Esa es la cosa, po´, a decir verdad, no entiendo bien quiénes son mis “enemigos” ni por qué lo son. 

Pongamos, el comunismo es mi enemigo, sí, ‘ta claro, pero el comunismo no es una persona ¿no? Además, ahora que dimos el Golpe, el peligro del comunismo ya se alejó, bueno, lo alejamos un poco a la fuerza, ¿por qué deberíamos matar a todos los comunistas si ya están derrotados? No me entra en la cabeza tanta saña y obstinación, como si tuviéramos miedo de que volvieran para vengarse. ¿Será por eso que queremos exterminarlos? Chuta, esto de que vuelvan ¡no ocurrirá ni en sueños! ¡De eso ni qué hablar!

Hay días que temo que mis compañeros de armas me descubran, que cachen mi falta de coraje en las actuaciones y tiemblo. Cuando al principio del golpe entrábamos en las poblaciones a palazos y balazos buscando a la gente de la UP, yo disparaba siempre al aire y evitaba dar culatazos o si lo hacía, no eran lo suficientemente fuertes como para provocar dolor. ¡Seguro que mis culatazos no le dolieron a nadie! Pero si mis compañeros comprendieran mi impostura, sería mi fin. Me tildarían de cobarde, de blando, de maricón, me harían la vida imposible, me maltratarían, castigarían, y a la larga, me vería obligado a renunciar, así que disimulo lo mejor que puedo mi vergonzosa poca agresividad. 

No soy tan bruto como los otros, pero concedo también que, por lo menos, acepto estar sujeto a un deber de obediencia y más aún, me lo repito todos los días –aunque a veces no muy convencido- ¡es bueno obedecer! ¿Adónde iríamos a parar sin autoridad ni respeto? 


Creo que tendré que acostumbrarme a emplear las armas y hasta a utilizar la violencia si quiero seguir con los milicos y, sobre todo, ayudar a restablecer el Orden, el indispensable Orden frente al Caos que sumergió al país. ¡Eso sí es lo más importante, po´! Porque sin duda alguna, el Chile que derrocamos, el Chile que rescatamos de manos del comunismo, era un desbarajuste total e inaceptable. 

Bien lo dijo el General, haremos reinar la Paz y el Orden ¡a cualquier precio! o no progresaremos nunca y yo le creo. 


Seguiré en el Ejército, en el cuartel, me obligaré a ser un buen soldado, aunque a veces sea a regañadientes y deba pasar por alto el quinto mandamiento, “No matarás” y también el cuarto, “Honrarás a tu padre y a tu madre” porque mi madre, si se entera que maté a alguien, ¡me mata ella, seguro¡, ¡me saca la real chucha! Ya me lo dijo, no le va a gustar nada la cosa, cualquiera sea la justificación de mi acto, ella lo condenará y a mí también. Pero, de todos modos, me mantendré en filas militares porque tampoco me queda otra opción. A mi madre le hace falta mi paga, po´, mi familia y  mis hermanitos necesitan mi sueldo.




II




En la esquina de Arturo Burhle y Vicuña Mackenna vi que se acercaba el coche del funcionario a la hora exacta, a la hora prevista, a las ocho menos cinco. Habíamos estudiado discreta y rigurosamente el asunto durante seis días y salvo uno, el auto llegó siempre puntual, un poco antes del piquete militar que reemplazaba a los dos soldados de la noche y estacionaba allí toda la jornada.


Pucha, Alicia y el Mono no vinieron ¿qué les habrá ocurrido? Espero que no hayan caído presos, ¡qué desgracia no saber nada de ellos! y ya no podemos esperarlos ni averiguarlo ¡es demasiado tarde!


-¿Proseguimos de todos modos con el plan?


- Claro. Prepárate para correr cuando el coche empiece a subirse a la vereda, tenemos que alcanzar el portón y penetrar, justo detrás de él, antes de que vuelvan a cerrarlo.

Los dos milicos de la puerta chica siguen en sus puestos. Todo listo.


Recuerda que el único elemento aleatorio del plan y el de mayor riesgo es cuándo aparecerá el camioncito militar con los otros ocho soldados de la guardia diurna para el relevo de estos dos. El margen del que disponemos es muy pequeño. Si vinieran cuando estamos corriendo y aún afuera, seguro que nos matan.


- ¡Crucemos los dedos para que esto no ocurra!


- ¡Qué suerte, mirá!, uno de los dos milicos entra en la garita del jardín, no nos verá. El otro se quedó solo, 50% de probabilidades menos de que nos disparen. Eso sí, al que quedó ahí, no lo pierdas de vista, no apartes la mirada de él ni un segundo, que se entere, si tira, que le estará disparando a seres humanos conscientes de que van a morir y desarmados.


Tiempo no le faltará, estamos a unos 80 m del portón, por más rápidos que seamos, y con el poco tráfico que hay, puede apuntar y bajarnos como pajaritos.


- ¡Suerte, mi amor! ¡Dale!, ¡vamos!, ¡corramos, ya! 


III



¡Uy, los wevones se lanzaron disparados como flechas hacia acá! y quieren entrar en la embajada ¡obvio! Las órdenes son claras y precisas: en estos casos hay que balearlos para impedir todo ingreso al sitio. 


¡Chuucha!, y el culea´o de Jimeno que se fue a mear justo ahora y me dejó aquí solo. ¿Qué hago, carajo? No parecen ser gente importante, demasiado jóvenes para “dirigir” algo. Les apunto nomás, a ver si se amedrentan y retroceden o se van, a ver si por ahí llegan los otros wevones, ya es casi la hora del relevo y entonces los agarramos sin que yo deba matarlos. Vienen como bólidos, si no lo hago yo, a estos no los para nadie.


Armo el fusil, los voy a asustar un poco, les apunto, ¿tiro, no tiro, tiro, no tiro? Podría tirar hacia abajo, a las piernas y  malherirlos, eso los detendría. ¿Pero para qué? Los van a abandonar desangrándose, ya lo he visto en otros casos, los harán sufrir más todavía. O los dejo escapar, porque si entran en la embajada se escapan, o los mato directo. Debo decidirme rápido, el coche del funcionario hará obstáculo muy lueguito y dejará solo las cabezas en la mira. ¡Qué asco tener que reventarles las cabezas! No puedo ¡carajo!, no puedo. No consigo dispararles  así nomás, en frío, herirlos como a animales, ¿qué me han hecho estos cabritos pa´que yo los mate? no, no lo logro, de verdad que no. ¡Wevón de mierda!, ¡¿dónde carajo estai, culea´o?! que no ves que hay gente que quiere entrar en la embajada, wevón… ¡Chuuta, Jimeno! ¡venite pa´ca, po! ¡qué tanto mear, también! ¡justo en estos momentos!
 

IV




¿Qué hará? ¿Nos disparará? Constituimos un perfecto blanco en movimiento, un mil de luna-park, de fiesta foránea barata, una perdiz que levanta vuelo en medio de una bucólica escena de caza, para caer a pique, alcanzada por el certero perdigón. Somos un plato lanzado al aire durante los entrenamientos de tiro que afinan la puntería. Somos nosotros, Fermín y yo, en una última aceleración para salvarnos. 

Si está adiestrado, el soldadito nos dará justo en la cabeza, explotará mi cerebro como un melón maduro desperdigándose por las veredas santiaguinas. 

Me digo, ¿no habías venido a Chile para luchar por la construcción de un Hombre Nuevo, una sociedad más justa, hasta las últimas consecuencias? Pues, aquí están las consecuencias. ¿No habías permanecido en Chile después del Tancazo para dar tu vida por tus ideas y las ideas de otros, si fuera preciso, para defender la vía democrática al Socialismo? Pues aquí estás, la de morir figuraba bien entre las posibilidades previstas, ¿no es así? ¡Resignate, che! ¡quizás haya llegado la hora de la absoluta coherencia, salvo que en lugar de morir luchando, perecerás intentando huir y vencida.


Siempre corriendo, trazo una línea invisible entre la boca del fusil y mis ojos, luego la deslizo hacia los suyos, la engancho en sus pupilas, trenzo sus ojos con los míos, los ato, no los largo y en ellos adivino la duda, descifro la hesitación. Esto me alienta a proseguir avanzando por el medio de la calle, ya casi sin aire en los pulmones. Intuyo que no sabe qué hacer, que no se decide, matarnos o dejarnos vivir. El sendero que elija él definirá lo que siga, la continuación o no de nuestras vidas. 

Durante los breves segundos que dura este sprint final y que a mí me parecen eternos, el joven soldado y yo, quedamos conectados a un tiempo fuera del tiempo, nuestras figuras me evocan dos calcomanías suspendidas en una dimensión sin ayer ni mañana, con solo el presente, un trascendental ahora, donde la vida y muerte se divierten a nuestras costas jugando a los dados. 





V





Ambos flotamos, muñecos moviéndonos en cámara lenta, arrancados, desprendidos del fondo, de la REALIDAD, vuelta ahora un pantalla rotatoria hecha un caos. Entonces, girando cada vez más rápido y envolviéndonos, empiezan a dispararse las confusas y entremezcladas imágenes de mi interior como un cinematógrafo circular antiguo. 

Una linterna mágica averiada: el amor, el amor que conocí con Fermín pero también el fraterno, de los amigos, la gente con la que conviví o trabajé. 

Decenas de tanques por la ciudad ensangrentada por mucho tiempo; el ruido de las ametralladoras, siempre demasiado cerca para no sentir miedo. Los gritos, los llantos de desconocidos en las noches; las cartas que escribí durante horas, durante semanas, durante meses, durante más de un año, a la familia lejana, llenándolas de dibujitos para colorear la tristeza de la distancia y consolarme de sus ausencias. Los cuerpos yacientes, semi cubiertos por periódicos, semi desnudos, tirados por las calles del centro, ahora irreconocible, donde vivíamos y de donde tuvimos que huir.

Los Hawker Hunter bombardeando La Moneda, muy cerca del apartamento y luego la columna de humo negro que elevándose sobre el edificio, dispersaba nefastos mensajes por los cielos, durante los días que sucedieron al golpe. El campamento en Reñaca, en verano, con Carlitos, Alex, Nica, bajo toldos rústicos que nos servían de improvisadas carpas, cantando y riendo, sencillamente felices por poder disfrutar del sol, la playa y nuestra compañía, gozar de la vida, de nuestra insolente juventud, de habernos salvado ya una vez, mientras otros compañeros eran torturados en Uruguay o vivían en celdas bajo condiciones infames, en el paísito.

La cabeza de Allende destrozada por un balazo y la traición. Las reuniones de la CUT donde era secretaria, las sesiones de instrucción militar con viejos revólveres herrumbrados que daban risa y parecían de juguete, reuniones de la célula de apoyo al Gobierno que habían organizado las mismas secretarias, pero que estaba a cargo de un responsable-instructor masculino, dirigente del PS.


El entierro del eterno Poeta; la fiesta en la que les había presentado a mi futuro novio, Fermín, a los compañeros, mi familia de reemplazo, la única familia que me quedaba cerca y en la que el Mono oficiando de “pater-protector” había sometido a un desternillante interrogatorio al apabullado pretendiente; las paredes de bloques de hormigón chorreando agua por la condensación de la humedad a la madrugada, en el único cuarto con techo de una casa en construcción, donde nos escondieron por tres días, en medio de una población santiaguina que sería allanada ni bien nos marchamos de allí. 

Los casi desconocidos franceses, Dominique y Patrice, que nos acogieron cálidamente, al final del mes de septiembre y todos los días, ni bien levantaban el toque de queda, nos conducían hasta las cercanías de una embajada para ver si en alguna de ellas conseguíamos entrar y abandonar definitivamente el caos que imperaba en el país desde el Golpe de Pinochet.

Las sábanas húmedas pegadas a mi cuerpo transido de frío como una mortaja de mal augurio; los exámenes que me había obstinado en dar para entrar de una vez por todas a la Universidad y que de nuevo, no me servirían de nada. 

Toda esa iconografía sensible, personal y colectiva, desfilaba a cien mil por hora entre mi cabeza y la del soldadito y cien mil por hora fue la velocidad a la que aterricé, y que condujo al portero a hacerse a un lado so pena de ser aplastado por los dos cohetes humanos que acababan de franquear el gran portón de la Embajada Argentina en Santiago de Chile, el 29 de septiembre de 1973.



VI




El milico había terminado por bajar el fusil e ir a buscar al meón de Jimeno, que salió de detrás de la garita cerrándose la bragueta del pantalón. ¡Lo logramos! Abrazo jadeante a Fermín, justo detrás del coche azul del que desciende quien luego sabré, es el Primer Secretario de la Embajada. Desde dentro oigo una voz:

- ¡Te dije que no dejaras pasar a más nadie! ¡Somos casi seiscientas personas acá dentro! ¡No cabe ni un fósforo!


-Bueno, no te preocupes –contestó el portero– ya llegaron “los otros”, por hoy no se colará ninguno más.

Al escuchar esta última frase, me doy vuelta a mirar hacia la calle. Del vehículo militar aparcado saltan ocho soldados que se apostan en las diferentes puertas del recinto. Pienso, “Nos salvamos en ancas de un piojo” al decir de mi querido padre, Jaime, porque si todo esto hubiese pasado, solo un par de minutos antes o después ¡vaya una a saber, dónde estaríamos ahora!

Busco con la mirada al soldadito que no cumplió con su deber, pero sí con el quinto mandamiento y la voluntad de su madre, para nuestra mayor fortuna, y nos hizo gracia de la vida. Ya estaba subido a la especie de gran Jeep que había venido a buscarlo a las 8h05, en punto. 

Le sonrío. Creo percibir de lejos un discreto gesto con la cabeza, de su parte, como asintiendo que finalmente, todo estaba mucho mejor así, y se lo retribuyo, antes de perderme en la marea humana de más de quinientas almas, con la que conviviré aún por un mes y medio más antes de salir definitivamente de Chile. Pero éste, es otro cuento.








Anterior
Anterior

De la destrucción a la creación 

Siguiente
Siguiente

El GAM, espejo de la historia