El vacío del que surjo

Alessia Chiesa

El caos que yo imagino como un desorden anárquico, que necesitaría ser arreglado, se contradice al Caos originario, el de Hesíodo, que hace alusión a la nada, y que, por lo mismo, se vuelve la antesala y condición de todos los posibles.

 

“Al comienzo era el caos…”

Teogonía, Hesíodo

 

De esta manera, Hesíodo inicia la Teogonía, uno de los poemas mitológicos más antiguos de la humanidad, que narra el surgimiento del universo de acuerdo a los griegos. En aquella mitología, Caos era una entidad divina sin culto ni forma definida, que antecedió a todos los demás dioses y fuerzas elementales; era el estado primigenio del Cosmos. Su etimología, “hendidura” o “espacio que se abre”, coincide con este significado mítico inicial.

Sin embargo, más tarde, en Metamorfosis, Ovidio describiría a Caos como “una masa bastante cruda e indigesta, un bulto sin vida, informe y sin bordes, de semillas discordantes”, lo que se asimila la noción más banalizada del caos que tenemos hoy: una desorganización inarmónica. Es cierto que “la nada”, el vacío, puede suscitar un sentimiento de angustia. ¿Quién puede jactarse de conocer realmente la nada? ¿Quién ha hecho la verdadera experiencia de esa confrontación primigenia?

La nada es para mí un abismo que no logro fácilmente aprehender en la realidad. Es casi una fantasía. Vivo en un mundo lleno de estímulos, los sentidos en constante acción. Estoy permanentemente en relación con algo. Miro, huelo, pienso, siento, actúo, y así, lo uno sucede a lo otro. Cada vez que un espacio se libera, se llena de otra cosa.

El momento más cercano a la nada, ¿sería, acaso, cuando duermo? Pero incluso ahí, sueño, veo cosas, mis reflejos corporales se agitan y reaccionan ante lo que sucede por fuera y por dentro. Se dice que hay un estadio del sueño, el más profundo, en el que la conciencia está totalmente sola, sin relación a otra cosa. ¿Sería esa la nada? Pero, ¿cómo saberlo? Si no logro recordar, ni tener un rastro de esa experiencia. Me despierto de una desaparición transitoria de la que no tengo memoria. Pareciera no tener acceso a una parte que fundamentalmente me constituye, porque es desde allí que surjo. La base sobre la cual todo lo demás aparece. Sin esa conciencia latente, no podría estar aquí pensando en todo esto.

Suena extraño: el caos entonces sería la hendidura de mi ser, mi propia e inapresable condición primaria que, paradójicamente, convive día y noche conmigo. Su estado más puro se encontraría, aparentemente, en el reposo absoluto de mis sentidos, durante mi sueño más desconocido. Y desde ese caos pacífico, algo emerge al despertar. Nuevamente Yo.

Pero no soy la misma. Soy parecida a la de ayer, nuevas cosas aparecen frente a mi conciencia diurna, muchas de las cuales no he pensado con la propia voluntad. Esas ideas mágicas, intuiciones, impulsos que me llegan,

¿de dónde vienen?

¿puedo afirmarlos como míos?


El día avanza y paso gran parte de él ordenando las cosas sin descanso, tanto en mi entorno físico, como en aquello que es impalpable y ronda mi pensamiento, que va y viene, preocupa, distrae, sueña despierto. Ordenar es mi reflejo para contrarrestrar la sensación de que se me viene el mundo encima y me abruma. Así tengo la ilusión de controlarlo.

Mi mente establece una especie de grilla de cálculo, como un excel, donde dispongo que cada cosa, cada idea, debería entrar en un espacio. Eso me genera calma, al menos por un momento: no hay excel que pueda contener este flujo constante.

Lucho por imponerle un orden que me inventé ingenuamente, quién sabe con cuánta mezcla de creencia –consciente e inconsciente–, ideologías, opiniones, cada una de ellas tan subjetivas y cuestionables como cualquier otra.

¿Son realmente mías todas estas cosas?

Una construcción mental pretende luchar contra el caos de la vida, suponiendo además de que se trata de algo indeseable, algo que, si no lo controlo, me hace “mal”.

Pero, es bien sabido, la lucha refuerza los contrarios y cuánto más orden y control intento, más sufro ante los jaques que me hace el caótico mundo que habito y me habita.


Nada de lo que he decidido que debe ser de una manera, lo será. Cuando como por arte de una magia misteriosa así sucede, me pongo feliz. A veces me creo que fui yo quien ganó la partida, orquestando al mundo como yo quise. Y cuando parece que la pierdo, casi siempre me molesto, me peleo con el mundo, lo juzgo: “no debería ser así, están todos mal: ¡soy yo quien tiene razón!”.

Y así sigo jugando a esta ruleta rusa. Todo es parte de mi mundo, aquel con el que me enojo y aquel que creo controlar. Pareciera, en cambio, que el orden primero en todo esto es el caos.

La casa siempre gana.


Me rindo. Estoy cansada de luchar. Hoy me atrevo a imaginar que acaso lo que me haya hecho “mal” todo este tiempo no fuera que las cosas no encajan en mi excel, sino mi visión sobre ellas. El juicio constante y la necesidad de imponer mi verdad pasajera e incomprobable como suprema. Pero, sobre todo, mi ignorancia acerca del poder del caos.

Adopté su definición vulgarizada y polarizada, al punto de volverla una interpretación de la cosa más que la cosa en sí.

Como esas palabras que ya vienen con una carga “negativa” o “positiva” porque no nos hemos atrevido a deconstruirlas. A veces son conceptos tan vastos que se vuelven pantallas que nos alejan de nuestra experiencia, y nos encierran. Lo que no cuestiono y lo que asumo como verdad absoluta me hace obstáculo porque, en el fondo, no puedo saber con lo que estoy lidiando, alejándolo de mí con una etiqueta que lo fije para siempre. El caos es paradójico y cambiante porque es la experiencia misma en tiempo presente, en permanente evolución. Hoy busco hacer consciente mi vínculo con éste, acogiendo el misterio y lo desconocido que me permiten la existencia.

Se me abre algo mucho más allá de la idea del desorden. He estado equivocada. El caos no es aquello que me incomoda sino su condición y, es más, mi mundo existe gracias a él. Desde él, surge la creación, surjo yo como creación.

Es el espacio que existe en mí, la “hendidura”, esa nada tan temida, que pareciera tomarlo todo en nuestro reposo más profundo sin que lo sepamos. Pero más allá del sueño, está ahí siempre. Convivo con esa nada a cada instante.

El caos es permanente. Es solo que lo niego, busco taparlo. Será que temo desaparecer en él.

Hoy me entreno a reconocer que soy en ese espacio vacuo, antes que todo lo demás. Desde el vacío surjo cada día en esta realidad física, bajo mi forma cambiante. En la vida que me rodea toma diferentes aspectos, por momentos aparece ordenado y armonioso, por momentos, desordenado y confuso.

Pero cuando lo observo y me reconozco como parte de él, puedo apreciar el fluir constante de su forma, su eterna mutación. Allí todo se funde en una absoluta armonía y yo, en una calma indescriptible.

Solo se trata de dejar de luchar y dejarme ser, Caos.

 


Alessia Chiesa es cineasta, argentina. Vive y trabaja en París.

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