Sarrazina Joyas sobre cómo transformar las ideas y los materiales
Natalia nos recibe en su departamento. Lo primero que se ve es su mesa de trabajo, y junto a ella, una versión mini hecha de madera para su hijo. Entre allí y un taller fuera de casa donde colabora y da clases, desarrolla su marca de joyería, Sarrazina Joyas, llamada así por su apellido, “Sarrazin”. Vivió fuera de Chile varios años, y de regreso desde hace apenas dos, nos cuenta cómo ha sido su incorporación al mundo de los oficios. “Me fui harto rato, estuve nueve años fuera, y volví post pandemia con un hijo. Era muy distinto el ambiente. Entonces pensé, ¿cómo vendo esto?” Ahí empezó a ir a ferias para situarse en el entorno, conocer gente y moverse más.
En esta visita, Natalia Sarrazin nos comparte el trayecto desde una carrera tradicional hacia construir un oficio a partir de la alquimia, la proximidad con los materiales y la redefinición de lo que un trabajo debería ser; resultando en una forma propia, así como se martilla un lingote de plata para convertirlo en algo más.
“Todos pensamos, ¿qué estoy haciendo? ¿Cómo voy a lograr sacar esto adelante?”
“Empecé como mucha gente que conozco de mi edad. Partimos con otra cosa, nos agarró una crisis existencial y vocacional, y de ahí a tomar un taller y enamorarse”. Natalia empezó estudiando historia en la Universidad de Chile. “Siempre pensé que tenía que estudiar algo tradicional en una universidad tradicional, y en verdad nunca me gustó”, pero sí le gustó el ambiente, así que se quedó, hasta un paro que duró tres meses, cuando no quería volver. “Angustia, dolor de guata. Tenía muy buenas amistades, pero pensé que no era normal tener tanta angustia en segundo año”. Sus papás le sugirieron que se saliera, pero ella era reacia: “¿Cómo me voy a salir? Yo no dejo cosas a medias”. Sin embargo, las lecturas se acumulaban junto a su velador. Al poco tiempo, decidió congelar su carrera.
“Yo de verdad creo que tu tiempo es muy valioso. Estás desperdiciando tiempo y plata, y no tiene sentido”. Al principio no tenía una opción clara de qué hacer. Tomó clases de cosas que siempre le habían llamado la atención, pero que no se había atrevido a ahondar en eso, como costura, pero no le gustó el proceso: “hay tantos pasos antes de poder sumergirte en lo que estás haciendo. En la joyería también hay que medir, pero no sé por qué no me molestaba. Siento que es más directa con los materiales”.
En la joyería encontró alquimia. Comenzó a tomar clases con una amiga de su mamá, y en su primera sesión, aprendió a fundir: hacer la aleación, elegir los porcentajes de la plata y el cobre, ponerlo en el crisol –un botecito de cerámica–, ponerlo al fuego, y de ahí obtener un lingote de donde saldrá una joya. “Ahí dije, como, wow, ¿podría hacer esto? ¿Podría ser esto un trabajo?"
La cercanía con el material
En su mesa, a un lado del living comedor, tiene varias cajitas, materiales, un soplete. Nos explica que tiene que mantener todo bien guardado y ordenado por su hijo, quien siente curiosidad por las herramientas que tiene, y que por eso le puso una mesita similar con elementos de madera para que tenga su propio espacio de trabajo. Abriendo cajitas, saca distintos objetos, entre ellos una bolita de cera de abeja que amasa con la mano. Nos explica que es uno de los materiales que más le gusta trabajar. Al rotarla entre los dedos y la palma, se va calentando y cediendo su forma. “Sentir que el material se transforma porque está en contacto contigo y tú lo estás amasando. La proximidad es algo que he ido entendiendo que es muy importante para mí, sea para un anillo que voy a vender o una pieza que simplemente necesito sacar de mí, que va a existir”.
“Esta técnica la trabajé harto en la maestría”, nos cuenta. Mientras, toma un palo medidor de madera en donde va envolviendo la cera estirada, para demostrar cómo concibe algunos de los anillos que hace. Esa cera luego pasa a formar un molde, en el que se vierte la plata. “Es muy exacto, muy al detalle. Cuando yo lo amaso, todas esas marcas y presiones que hace el dedo se quedan en el producto final”.
Después de las clases que tomó con la amiga de su mamá, vino otro cambio: se fue a vivir a California. Estando allí, encontró un curso intensivo de joyería de seis meses. “Ahí mi cabeza explotó. Pasé de ser la ñoña de historia a descubrir el mundo del arte en San Francisco”. Allí tenía taller abierto, podría hacer uso del espacio y los equipos el tiempo que quisiera. “Creo que me ayudó estar afuera porque me hizo dejar de ser la que siempre había sido. Me fui desbloqueando muchas trancas”.
Aún así, sentía que tenía que formarse en una universidad, y creía que esto no podía ser un trabajo de verdad. “Era demasiado bueno, como que trabajar tiene que ser sufrible”. Sin embargo, sus padres eran menos estrictos que ella y la empujaron a seguir explorando. Tras ese intensivo, volvió a vivir a Chile y empezó a vender algunas piezas, a la vez que trabajaba en una tienda. Tenía una amiga con la que compartía taller, “lo que me encantó. Era un espacio sin mucho, solo mesas hechas con puertas, pero fue muy bacán tener eso juntas y compartir dudas y conocimientos”. Tenía unos 21 años, vivía todavía con sus papás y no tenía tantas exigencias financieras todavía. Pero ya mirando hacia un futuro, después de un tiempo, a las dos les saltó la misma pregunta: ¿habría que estudiar algo más?
“Igual había fondos que pedían pregrado que me estaba perdiendo”. Su amiga se fue a hacer la pedagogía. Natalia se fue a Inglaterra a estudiar Joyería y Platería en una escuela donde ofrecían gemología, relojería y joyería artística, tradicional y para la industria. “Yo estaba en artística. Ahí descubrí que podía hacer objetos, y dejé de hacer joyas por toda la carrera”. Empezó a explorar los materiales más allá de su uso práctico, si no más alrededor de la forma y lo que quería comunicar mediante piezas más grandes. “Ahí me desligué de las limitaciones que pone el cuerpo para los objetos: hay que ver que los aros no sean muy pesados, incorporar la forma en que se ponen, y eso siempre me limitaba. Yo quería hacer objetos que vivan con nosotros y que no necesariamente tenga que ser puestos”.
Separarse de las limitaciones del movimiento corporal y las necesidades anatómicas le contribuyó a ampliar la forma de pensar los materiales, y no ver la joyería solo como un fin. Podría explorar otras figuras y estructuras, y hacer piezas que acompañasen desde la mesa u otro lugar, sin estar sobre uno. “Pensé que no volvería a la joyería. Pensé en seguir una carrera docente y ser artista. Pero cuando salí me di cuenta de que no era mi personalidad. No quería hacer lobby ni venderme. Mis piezas eran tan íntimas que no quería ponerles precio. Es algo muy increíble, pero no quiero que sea mi trabajo”.
Encontrarse un lugar
Pronto vino otro cambio grande: un embarazo. “Ahí dije, ‘tengo que pensar en términos prácticos qué quiero hacer y cómo tener un ingreso llevando la vida que quiero llevar’”. Hasta ese punto, había vivido de hacer clases y piezas a pedido, pero nunca había hecho un stock de piezas. “Todo lo comercial lo veía un poco peyorativo, pero ahí dije, ya, chao”, y dejó esos juicios de lado. Empezó a hacer piezas para vender, y se reencontró con la joyería como una posibilidad. “Lo disfruté muchísimo, después de haber estado sufriendo haciendo muchas piezas de arte que me costó sacar, enrollarme y armarme el cuento; hacer un anillo y que me quedara bonito me daba una satisfacción que me hizo pensar, ¿en qué momento vi esto como algo negativo?”
“Ves un montón de gente que lo está haciendo. Obviamente no a todos les va bien, a veces les va mal, sobrevivimos. Pero un día es alguien más que está pudiendo, y otro eres tú”.
En los artes y en los oficios aparecen bastantes “debería”. Hay una línea entre ambos que se dibuja entre si el objeto es considerado utilitario o no, lo que también puede elevar o hacer decaer su valor, tanto intelectual como monetario. Al sacar el pregrado, Natalia se encontró con un mundo primariamente artístico, que valora el discurso que se estructura alrededor de la pieza, y que usualmente se distancia de un circuito comercial de stock y venta directa a público. Por otro lado, el oficio tiene un tinte más modesto, más cercano a la definición de artesanía, lo que también problematiza todas estas categorías y provocan preguntar, ¿de dónde viene el valor? ¿Qué estimamos más, y qué lo determina? Y sobre todo, al construirse una carrera, provoca preguntarse: ¿por dónde ir, qué es viable, y qué puedo imaginar?
“Me preguntaba, ¿qué van a decir los joyeros de mí, o de mis amigos artistas, si ven lo que ahora estoy haciendo?”, Natalia explica que se preguntaba al volver a la joyería utilitaria para venta. Entrar al circuito de ferias fue fundamental para “ver lo que la gente está haciendo, no sentirme sola”.
Al regreso a Chile, tenía que reinsertarse en los ambientes culturales, una escena que había cambiado enormemente después de nueve años fuera, especialmente tras la pandemia. Conocer a otras joyeras, a personas de otros rubros. “Ves un montón de gente que lo está haciendo. Obviamente no a todos les va bien, a veces les va mal; sobrevivimos. Pero un día es alguien más que está pudiendo, y otro eres tú”.
Empezó a participar de diferentes ferias y se enfrentó a otro miedo más: ver a la gente reaccionar a su trabajo. “La gente no puede ocultar tanto su reacción real. Uno se da cuenta. Pero con el tiempo vi que obvio que no le va a gustar a todo el mundo. Y cuando es genuino que sí, incluso si no lo puede comprar –que lo entiendo perfectamente–, también se nota”. Le gusta conversar con la gente, compartir. La primera vez que la vi en persona, quise acercarme a saludar por un rato, pero justamente su puesto tenía un flujo alto de gente hablando con mucho ánimo que ella correspondía con la misma energía. “Me encanta conversar con gente que está aprendiendo. Cuento todo de cómo hago las cosas, no pretendo esconder mis técnicas. Y también me encanta escuchar a otros colegas que hacen otras cosas”.
Sarrazina Joyas junto a Erika Muchas Cosas en Feria Fragua, diciembre de 2024.
“A veces me entran crisis”, nos confiesa. “Pienso si replantear todo y buscar un trabajo de oficina. Este niño va a entrar al colegio pronto. Pero después me doy cuenta de que estoy siendo muy dramática por alguna mala experiencia”. Al final, el camino hacia establecerse como joyera, en crear una colección propia, aprender de varias técnicas, descubrir lo que le interesaba seguir y los círculos donde quería estar, ha sido un constante reaprender y replantear, desde historia hasta los objetos, desde el arte a los accesorios, y redefinir las reglas y “debería” que forman su hacer. “Ahora nada de eso me importa tanto. Quizás alguna vez volveré a hacer una pieza que no sea una joya. Pero también creo que las cosas van llegando”.
Natalia Sarrazin es artista y joyera. Conoce más de su trabajo en @sarrazina.joyas.