Biomímesis: miradas para el antropoceno

Amanda González Alarcón

 

La biomímesis, una disciplina emergente que busca emular los diseños y procesos de la naturaleza para resolver problemas humanos, ha surgido como una posibilidad frente a la emergencia climática. Pero, ¿en dónde aparece la línea entre la naturaleza y lo humano? ¿Es algo total?


En 1991, el arquitecto Mick Pearce se enfrentaba a un problema: debía diseñar un edificio que pudiese enfriarse a sí mismo. En Harare, Zimbabue, la temperatura durante el año ronda los 26/29 grados, por lo que enfriar estas estructuras puede volverse tremendamente costoso. Los constructores querían hacer un edificio gigante que contuviese un centro comercial y oficinas, y no tener que invertir en aire acondicionado. La respuesta: biomímesis.

El término se popularizó en los 90, a partir del libro Biomimesis: innovaciones inspiradas en la naturaleza de Janine Benyus, pero la práctica tiene mucho más tiempo. Compuesta por “bio” (vida) y “mimesis” (imitación), es bastante directa en su significado: la imitación de la vida; la naturaleza, en específico. Pero este término se refiere a la imitación en términos de funcionalidad. El caso del edificio que debía construir Pearce se volvió un hito para esta área. El arquitecto, frente a este problema, decidió buscar la respuesta en otras partes que lo que se había hecho hasta entonces en su propia disciplina, y la encontró en las termitas.

Un termitero en el delta de Okavango, Botsuana

 

Los termiteros son torres de arena, estiércol y saliva construidas por las propias termitas, las que a pesar de medir apenas medio centímetro, llegan a levantar estas colonias hasta nueve metros. En los niveles más bajos, hay hongos, los que sirven de alimento para la colonia. Desde afuera, parecen montes de barro concisos, pero por dentro contienen cámaras de aire donde circulan, y que a través de un sistema de chimeneas, regulan la temperatura interna. Teniendo una estructura subterránea, el aire se enfría según desciende, y calor se levanta y sale por las chimeneas, como un pulmón.

 

Gráfica del funcionamiento del Centro Eastgate y su comparación con los termiteros.

 

Pearce imitó este sistema, haciendo un edificio con ladrillo y losa de hormigón, los que absorben el calor. La textura espinosa de sus paredes genera mayor sombra y forma bolsillos de aire frío. Las ventanas pequeñas resguardan del calor. El edificio asimila la porosidad de los termiteros, haciendo entrar el aire frío desde los niveles inferiores a través de un ventilador y empujando el aire caliente a través de las chimeneas superiores. El resultado es un edificio que ocupa el 10% de energía que otros de su mismo tamaño.

 

El edificio Eastgate en Harare.


Esto no es una práctica nueva. Por miles de años, la humanidad ha observado la forma en que animales y plantas se adaptan a distintas situaciones, y lo ha copiado. Es posible imaginar una serie de elementos que utilizamos en el día a día que imitan a formas funcionales que se encuentran en la naturaleza, como podría ser un cuenco, o un tejido similar a los nidos de los pájaros. ¿Es, entonces, la biomímesis una forma sofisticada de llamar a las técnicas ancestrales? O incluso, ¿de técnicas del hoy no occidentalizadas*?

La biomímesis es preguntarse “¿cómo el mundo natural ya ha resuelto este problema?”

 


En Perú, al sur de la costa central, en uno de los desiertos más áridos del mundo, se registran cerca de 35 puquios, manantiales artificiales que permiten acceder a aguas subterráneas. Es incierto en qué época fueron construidos, pero se sabe que son creaciones del pueblo Nasca. En esa zona, las lluvias son breves y el río se seca y vuelve a surgir. “Pukyu”, en quechua, significa “manantial” o “fuente”. Hay quienes argumentan que la palabra adecuada para estas cavidades sería “huncólpi”, que significa agua que sale de un caño, frente al puquio, que sería un ojo de agua natural, pero eso tampoco sería totalmente cierto. Los puquios están construidos con rocas que forman una espiral en descenso, que permite acceder a las aguas subterráneas que corren por dos o tres meses después de que el río en la superficie se ha secado, y que aflorece en estanques y puquiales.


Los puquios podrían ser una construcción biomimética. La espiral descendiente imita un ojo de agua o un manantial, fuentes de agua que proviene de ríos subterráneos. Según el Instituto de Biomímesis, fundando por Benyus, la autora del libro antes mencionado, no todo diseño bio inspirado es biomimético. Hay una diferenciación entre el biomorfismo (se ve como un elemento natural) y bioutilización (utiliza recursos naturales). El fundamento de la biomímesis es que funcione como un fenómeno natural, como el Centro Eastgate y los termiteros, como los puquios y los ojos de agua.

Entre lo natural y lo humano

Ahora, para poder llamar algo biomimético, hay que primero asumir que hay una división entre lo natural y lo humano, y hacer una diferenciación con las formas tecnológicas de otros animales –si entendemos lo tecnológico como lo producido por un animal–. ¿Cuál sería la diferencia entre las casas de castores y las represas que construimos los humanos? ¿Podrían ser las represas un imaginario biomimético que imita otras tecnologías? ¿Dónde se pone la raya de lo natural?

 

En el Pequeño Diccionario del Antropoceno, Yuri Carvajal propone revisar sesenta palabras que marcan el devenir de esta era, la que fue concebida como el periodo de la tierra marcado por el impacto del humano, “una era geológica de nuestra propia creación”. El término se ha utilizado sobre todo de forma crítica, como un marco con el que mirar el paso humano y la emergencia climática. Sin embargo, muchas veces puede volver a poner distancia entre nosotros y lo que denominamos naturaleza, una otredad, y verlo como algo que nos está sucediendo desde afuera, un fenómeno propio de la tierra. 

“Antropoceno es una palabra joven e imperfecta, mediante la cual se intenta conceptualizar las dificultades de la ecología y la acción política y social en los tiempos inciertos que vivimos. No es una gloriosa etapa humana en que nos separamos completamente de la naturaleza –falacia que este libro combate–, ni el embate irreversible de las fuerzas intratables de la Tierra”.

– Sinopsis de Pequeño Diccionario del Antropoceno, editado por Saposcat.


Antropoceno es una forma radical de decir que nunca fuimos modernos. Y de decir no somos seres vivos, tan sólo parte de los vivientes”.

Dentro de los conceptos que revisa Carvajal, describe naturaleza como una expresión moderna usada para designar aquello no humano, sometido a reglas propias, independiente de nuestro accionar, estudiado con propósito de objetividad”. Explica que naturaleza “linda con social, el otro pedazo en que se fragmenta el mundo cuyo orden constituye la sociedad, una zona de reglas maleables”.


En otras tradiciones culturales, cosmos o physis tratan de la realidad como un tejido sin costuras o sin solución de continuidad. Humboldt mismo, parte de nuestra tradición, dedicó la mayor parte de su vida a producir Cosmos, un libro que revisa el mundo desde el cielo, el sol, la tierra, la vida orgánica y a lo que llama ‘reflejo del mundo exterior en la imaginación del hombre’.


La mirada moderna dibuja un ordenamiento que Philippe Descola ha caracterizado como naturalismo. En un esquema muy sencillo que, al organizar las concepciones con que se viven las interioridades y las fiscalidades de los seres, permite hacer una situación relativa de la ontología de Occidente. Gran parte de la tensión con los pueblos originarios es la cuestión de la naturaleza. Pues mientras para Occidente, los gobiernos, las leyes, la economía, un bosque es un recurso natural que sólo comparte una fisicalidad material (átomos, biomoléculas) con los humanos, pero que no posee una interioridad semejante a la nuestra. Un ejemplo de la ontología no occidental es la expresión mapuche ngen, que señala que tratamos con una interioridad semejante aunque la forma no sea humana.


Quizás sea el momento en que Occidente deba, aunque sea como hipótesis, preguntarse si la verdad está o no de su lado. Operación que implica aceptar la crudeza de que ‘la naturaleza es sólo la materia prima de la cultura, apropiada, preservada, esclavizada, exaltada o flexibilizada de alguna otra manera para ponerla a disposición de la cultura en la lógica del capitalismo colonial’, como dice Donna Haraway”.


Todo esto no significa que la biomímesis no tenga un lugar. Lejos de una visión polarizada donde se valide un término por otro, puede resultar un lugar crítico para occidente, un concepto que sirva como lente y herramienta para reformular imaginarios que han distado de una visión conectada o simbiótica de las cosas, pero que probablemente sería injusto encuadrar formas ancestrales o no occidentalizadas dentro de este término, ya que las engulliría por una ocurrencia post industrial. Es decir, aparecería como parte del progreso occidental, y no como un fenómeno en sí, anterior, presente y futuro; aparte. 

La biomímesis puede ser necesaria para acordarnos de observar a otros vivientes, de los que Carvajal explica que “quizás la mejor forma de expresar lo viviente sea su asociatividad, sus nexos, intercambios, hiatos, giros. Como dice Latour, los engendramientos y no la reproducción. (…) Entramos de lleno en el pensamiento animado, la indistinción en el seno de los vivientes respecto de lo inerte. Occidente vuelve a ser animista. Antropoceno es una forma radical de decir que nunca fuimos modernos. Y de decir no somos seres vivos, tan sólo parte de los vivientes”. Es decir, si pudiésemos imaginar la biomímesis como la imitación de lo viviente, podría significar el reconocimiento de lo humano como algo indistinto de lo natural, y lo tecnológico como una derivación de la naturaleza misma, no diferente, no singular.

Llamar a los puquios una construcción biomimética los vuelve una ocurrencia de occidente, y no un sistema que lo trasciende, que aunque imite el funcionamiento de otros vivientes, no podría ser eso solamente. Sería traído a la línea temporal del antropoceno presente, parte de un fenómeno que impacta la naturaleza, y no que se construye dentro y en relación con ella. Sin embargo, encuadrar el Centro Eastgate como una construcción biomimética puede ser justo: a pesar de estar geolocalizado fuera de Occidente mismo, entra dentro un imaginario occidentalizado que debe abrirse a su propio entorno para reformular su funcionamiento.

La biomímesis probablemente haga sentido como un mecanismo para abrir el imaginario hegemónico. En la forma imperante de vivir e imaginar hoy, vernos en relación no es la primera ocurrencia, y este tipo de términos y movimientos –como el Instituto de la Biomímesis– sirven como puertas para reimaginar y poner en valor otras formas de existir. Nada más que no se vuelva la solución y creencia, y que no trague a lo demás, que tiene su propio lugar, aunque no tenga un nombre.


"Los seres vivos no ‘utilizan’ los bienes comunes proporcionados por la naturaleza. Más bien, son parte física y relacional de ella. Los participantes en un bien común digieren los bienes comunes y les proporcionan alimento al mismo tiempo. La existencia del individuo y los bienes comunes como un sistema son mutuamente interdependientes, no pueden separarse, del mismo modo que no se puede diferenciar el cuerpo y el significado encarnado, ni el gesto y la significación expresada a través de él".

– Andreas Weber, Vivificar: una poética para el antropoceno


*Nos referimos a occidentalizadas como formas culturales instauradas o inspiradas por el norte global.


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