Para Manuel, mi padre


Por Javiera Oyarzún

 

Para el día del padre, Javiera Oyarzún le dedica una anécdota al suyo, donde hay más de una forma de ejercer la paternidad.

 

En uno de los primeros días de terapia, mi psicóloga me preguntó si tenía recuerdos de bullying escolar o si alguna vez me había sentido pasada a llevar durante mi etapa en el colegio. Rápidamente respondí que no, pero también rápidamente recordé una pregunta que me hizo una de mis compañeras y que me hizo sentir muy incómoda. Estábamos en esa precisa edad en la que comienzas a formar tu identidad imitando modas, tendencias, gustos musicales, etc. Su pregunta fue: "¿Por qué vienes siempre peinada de la misma forma?".

No presté mucha atención a su tono burlesco ni a lo que implicaba su pregunta. Mi respuesta fue simplemente que me acomodaba y ya, y quedó ahí, hasta hoy. Quince años más tarde, me di cuenta de que quien siempre estuvo en casa mientras mamá trabajaba fue mi padre. Él seguía las indicaciones de mi madre al pie de la letra y, en ese cumplir, quedó demostrado que no sabía hacer más peinados que una coleta o "cola de caballo". Ambos cumplíamos la misión de ir ordenada a clases y con la cara despejada "para poner mayor atención".

Muchas mujeres podemos declarar con profunda seguridad que nuestras madres lo fueron todo en nuestra formación, y yo me sumo totalmente a esa opinión. Lo que no sé es cuántas mujeres pueden decir que su padre estuvo presente, les enseñó oficios técnicos como arreglar o cambiar una llave, por ejemplo. Ni cuántas han recibido la mirada de aprobación en silencio de un padre que no tiene muchas palabras para expresarse porque la vida se encargó de aquello.

A mi padre, Manuel Oyarzún, quien fue parte de enseñarme lo bueno y lo malo, a quien no le importó que yo y mi hermana fuéramos hijas de otro en un tiempo en donde la sociedad juzgaba dura y cruelmente cualquier mínimo ataque a la hombría y orgullo, le dedico todo mi amor, admiración y gratitud por su compromiso incondicional.


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