Solo sé que nada sé

Paola Martínez Infante


Desmontando el mito del coeficiente intelectual

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Se suele atribuir a Sócrates la expresión "Solo sé que nada sé", que no la encontraremos en ningún texto que le pertenezca, pues su pensamiento y reputación se transmitieron a través de testimonios indirectos. A diferencia de otros filósofos de su época, Sócrates no imponía sus ideas de manera dogmática, sino que prefería el diálogo y la participación activa en las calles y plazas de Atenas para explorar la verdad y el conocimiento.

Él mismo no se consideraba sabio, su razonamiento se centraba en la humildad intelectual. Creía que la mayoría de las personas sobreestimaban lo que realmente sabían, que era un error atribuirse conocimientos aparentes y que el más sabio era quién reconocía los límites del propio saber, pues la negación de la ignorancia era perjudicial para el alma. 

Cuántas veces me he cuestionado: ¿Cuánto sé?, ¿de qué me sirve lo que sé? , ¿Cómo razona mi cerebro?, ¿cuántas infinitas cosas me quedan por saber? y finalmente, eso que sé ¿determina mi inteligencia?

En la actualidad, surge una creciente preocupación entre los académicos acerca de un presunto declive en la inteligencia humana. En su obra "La fábrica de cretinos digitales", el neurocientífico francés Michel Desmurget, quien también se desempeña como Director de Investigación en el Instituto Nacional de la Salud de Francia, elabora toda una teoría sobre el efecto nocivo de los dispositivos digitales: teléfonos inteligentes, tabletas y computadoras, en el desarrollo de niños y jóvenes. Apoyado por diversas investigaciones científicas, Desmurget sostiene que esta situación es innegable y alarmante, advirtiendo : ¡Cuidado con las pantallas, venenos lentos!, pues su uso excesivo está provocando alteraciones irreversibles en la memoria y el desarrollo cognitivo.

Más aún, sostiene furiosamente, que nos encontramos frente a la primera generación en la historia con un coeficiente intelectual (CI) más bajo que la generación anterior. Desde esta perspectiva, nos encaminamos directamente hacia la creación de un mundo dominado por la ignorancia, ¿o acaso ya hemos alcanzado ese punto? Además, surge la cuestión sobre si los tests de CI realmente logran medir la verdadera inteligencia de las personas.

El espinoso asunto, da que hablar y lanza la alarma. Sin embargo, hoy existe un consenso en que esta idea convencional del coeficiente intelectual, más que un indicador de inteligencia absoluta, es una medida que proporciona información sobre ciertas habilidades cognitivas y no representa una verdad definitiva.

¿Qué es el CI?

Es una medida de tu inteligencia y se expresa en forma de número.

¿Cómo se calcula?

El CI de una persona puede calcularse haciendo un test de inteligencia. Uno de los más conocidos es las escalas Wechsler (ver más abajo). En el caso de los adultos se utiliza el Wechsler Adult Intelligence Scale o WAIS y en el caso de los niños el Wechsler Intelligence Scale for Children o WISC.

En definitiva, el denominado test de Coeficiente intelectual, comprende una amplia gama de pruebas variadas que abarcan desde el razonamiento lógico hasta el vocabulario, pasando por la agilidad mental y la memoria. Los detalles de las preguntas se mantienen confidenciales y es crucial respetar el tiempo impartido para realizarlo en condiciones óptimas y serias. De manera general se recomienda evitar las versiones de baja calidad impartidas por charlatanes a precios módicos en internet. 

Cabe preguntarse si mide realmente la inteligencia.  En este sentido, las opiniones son divergentes. Si bien la forma en que se interpreta el CI ha evolucionado, y actualmente se utiliza como una estimación de la inteligencia general de un individuo en relación con otros de una misma población, se destina a medir un único tipo de habilidad, lo que algunos científicos denominan “inteligencia general” . (ver “No se le puede pedir a un pez que trepe un árbol).

La puntuación media se establece en 100, con una desviación estándar de 15 puntos en la escala de CI, lo que significa que la mayoría de las personas caen dentro de un rango de puntuaciones específico en relación con la población general. Es solo una cifra que nos sirve para comparar el resultado que se ha obtenido con la media de una población de una determinada edad. Pero si fuera solo eso, no estaríamos alarmándonos por el declive de la materia gris actualmente, pues estos test a lo largo de la historia han creado una suerte de determinismo de las habilidades y una tendencia peligrosa a hacer del CI un indicador de valor humano. 



ORIGEN Y DESARROLLO DE LOS TEST DE CI

A principios del siglo XX varios investigadores establecieron las bases para medir el intelecto del ser humano y poder compararlo. Pues de manera general el concepto de inteligencia siempre ha estado estrechamente ligado a su medición. Los pioneros en la materia fueron los franceses. En los años 1900, en el contexto de la escuela "pública laica, gratuita y obligatoria", de Jules Ferry, entonces Ministro de Educación; los psicólogos se interrogan de cómo detectar discapacidades intelectuales entre los millones de niños que acceden a los bancos escolares. 

Las apuestas se lanzan y es en ese momento que surgen figuras como la de Alfred Binet, pedagogo y psicólogo francés (1857-1911). Como profeta en su tierra, responde a las solicitudes del gobierno para desarrollar un método que identifique a estudiantes con habilidades adecuadas para el sistema educativo. Así fue que Binet junto con el psiquiatra Théodore Simon, elaboraron la primera escala métrica de inteligencia

A partir de cuestionarios con pequeños problemas “de inteligencia” diseñados para que los estudiantes los resolvieran, se buscaba calcular la “edad mental” de los niños y niñas. Este primer test de habilidades, conocido como el Test Binet-Simon, fue presentado en 1905 y utilizado en diversos entornos educativos, buscando correlaciones entre los resultados y el éxito académico. Afirmando, que la inteligencia, se refería a cualidades formales como:  la memoria, la percepción y el intelecto.

Es la primera vez que ponemos un portaplumas en la mano del niño. Se dibuja un cuadrado con tinta, de 3 a 4 centímetros de lado, y se pide al sujeto que lo reproduzca. Utilizar el portaplumas aumenta la dificultad de la copia, ya que no está permitido sustituirlo por un lápiz. Los sujetos jóvenes hacen las figuras más pequeñas: no importa si las reconocen. Damos algunos ejemplos de reproducciones que consideramos tolerables y otras reproducciones que consideramos tan defectuosas que no tienen éxito.
— Alfred Binet et Théodore Simon, « Le développement de l'intelligence chez les enfants », L'Année psychologique, vol. 14,‎ 1908, p. 1-95.

Test du carré pour enfant de cinq ans. Publicado en L'Année psychologique.

Reproducción de un ítem de la escala de inteligencia de Binet-Simon de 1908, que muestra tres pares de dibujos, sobre los que se preguntaba al niño evaluado: "¿Cuál de estas dos caras es la más bonita?". Los dibujos se reprodujeron en el artículo "A Practical Guide for Administering the Binet-Simon Scale for Measuring Intelligence" de J. W. Wallace Wallin en el número de marzo de 1911 de la revista The Psychological Clinic (volumen 5 número 1)

"Tabla estándar de los resultados obtenidos en experimentos sobre la medición del nivel intelectual, en niños de primaria de origen mediocre en París. Las cifras de la tabla son proporciones de éxito basadas en 10. Así, el número 5 significa que 5 niños de cada 10, es decir, la mitad, superaron la prueba".


La contribución de Binet al campo de cálculo de las capacidades fue significativa, estableciendo un precedente importante. Es reconocido como un investigador destacado y un pionero en la aplicación de la psicología en este ámbito. Sin embargo, su trabajo no estuvo exento de críticas, ya que se señala que inadvertidamente perpetuó sesgos experimentales. Esto se evidencia al permitir que los directores de las escuelas dividieran a sus alumnos entre más y menos inteligentes, antes de facilitarles la renombrada escala métrica de inteligencia. 

La labor del psicólogo, a menudo enaltecida, tiene un lado oscuro que debe ser abordado con franqueza. Este lado negativo, se manifiesta cuando el profesional, alejado de la ética, empleaba violencia experimental sobre sujetos indefensos y sometidos, cuando no aterrorizados, por una figura del saber encarnada. El libro titulado “Domestiquer le corps social Expérimentations sur les femmes, les enfants et les aliénés au temps d'Alfred Binet”  (Domesticar el cuerpo social Experimentos con mujeres, niños y personas con enfermedades mentales en la época de Alfred Binet), esboza el retrato de un experto imbuido de los prejuicios más perniciosos de su época, especialmente respecto a : mujeres, clase trabajadora, niños, personas con enfermedades mentales, razas y multitudes. A pesar de estas sombras, es importante recordar que ningún individuo puede ser reducido a un solo rasgo o aspecto negativo. Del mismo modo, la inteligencia no puede ser reducida a un cálculo matemático. 

Poco tiempo después de las experiencias de Binet, el filósofo alemán William Stern, se inspiró en los trabajos de los franceses y desarrolló un método para calcular el CI mediante la división de la edad de desarrollo de una persona por su edad cronológica, multiplicado por 100. Este cálculo sentó las bases para la evaluación estandarizada de la inteligencia.


En 1916, en una creciente obsesión por medir la inteligencia, se introduce el test de Terman-Merrill, que lleva el nombre de los dos psicólogos estadounidenses que lo diseñaron. Era una prueba psicométrica realizada con el objetivo de evaluar una serie de capacidades y habilidades de la persona, centrándose en la medición del coeficiente intelectual. Este test, dividido en 10 subtests, incluían diferentes tipos de tareas, orientadas a calcular tanto la inteligencia verbal como la no verbal. Concretamente, el test arroja dos medidas: inteligencia y capacidad de aprendizaje. De cada una de estas medidas se obtienen diferentes puntuaciones, que hacen alusión a valores o rangos que permiten “clasificar” al sujeto en cuestión, definiéndolo en cinco categorías:

Después de los trabajos de Terman y Merrill, el psicólogo Estadounidense David Wechsler, consolidó y refinó estas pruebas elaborando un protocolo que sigue vigente en la actualidad. Su principal aporte teórico fue el rechazo de una concepción ideal de la inteligencia en favor de una visión más centrada en la recopilación de datos concretos. Para Weschler, la inteligencia normal se define como el valor central de una curva estadística, que se obtiene sumando los puntos obtenidos por los miembros de un grupo de personas de una edad definida, al realizar una serie de pruebas de nivel.

Simple pregunta del test de Wechsler

El americano, publicó a partir de 1939 con intervalos de varios años una de las baterías de test más importantes: la Escala de Inteligencia Wechsler-Bellevue (1939), de la que derivaron otras escalas, en particular la Escala de Inteligencia Wechsler para Niños (o WISC) en 1949, y la Escala de Inteligencia Wechsler para Adultos (o WAIS) en 1955.


¿LA PRUEBA DEL CI OBSOLETA?

El creciente número de mediciones realizadas a lo largo del siglo XX han permitido un verdadero análisis y comparativo histórico. Sin embargo, esta concepción convencional, aunque corresponda a una realidad observada, debe ser considerada más como un indicador que como una verdad absoluta. De hecho desde que los test son practicados los puntajes no habían parado de aumentar de alrededor de tres puntos cada década; un fenómeno que los especialistas llaman, “el efecto Flynn”, del nombre del científico que reveló esa tendencia y que hoy en día, parece revertirse, disparando las preocupaciones.

“Ya que el cerebro no es un órgano ‘estable’, sus características ‘finales’ dependen de la experiencia y en el mundo que vivimos los desafíos a los que nos enfrentamos, modifican tanto la estructura como su funcionamiento, y algunas regiones del cerebro se especializan, algunas redes se crean y se fortalecen, otras se pierden, unas se vuelven más gruesas y otras más delgadas”. afirmaba en una entrevista el autor de “La Fábrica de cretinos digitales”, Michel Desmurget.

¿ Habrá que tirar por la borda los test de CI? es lo que proponen cada vez más los expertos, puesto que adjudicarle una representación definitiva o completa de la inteligencia de una persona, es un error. Estos valores tienen sus limitaciones y dejan de lado otros tipos de inteligencia tan significativas como singulares: como la musical, interpersonal, intrapersonal, kinestésica, etc. Además del hecho que crea etiquetas y condicionando a la inteligencia en un valor rígido inmutable, vector de discriminaciones. Porque la persona más inteligente: es aquella que se adapta, es hábil para navegar en diferentes ambientes, encajar y enfrentar situaciones novedosas e inesperadas. Puede que ya sea el momento de resetear esas medidas obsoletas.


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