El oficio de ser librero y cómo hacer una librería inquieta

Por Amanda González Alarcón

A un lado del Parque Bustamante, casi enfrente del recién renovado Café Literario, está La Inquieta Librería. Conocí a Gerardo Jara, su fundador, en una feria en el verano en el Centro de Cine y Creación, en Santa Isabel. Sentado bajo una sombra, su puesto tenía libros que me moría de ganas de tener. Me contó que tiene un local fijo, pero que le gusta participar en ferias porque es parte de la premisa de su proyecto: ser una librería que se mantiene inquieta. Más que un espacio asentado, quiere circular como lo hacen los libros y compartir con otros lugares, hacer una selección de libros y estar en varias partes. 

Ahora, de visita en su local, Gerardo nos habló sobre el oficio de ser librero, de encontrar el amor a los libros en sus veintes, de descubrirse gestor cultural sobre la marcha y de los proyectos que existen más allá de uno mismo.

 

La ventana de la librería, sobre Ramón Carnicer, frente al Parque Bustamante en Santiago.

 

Una noche, con una pareja de amigos, Gerardo hablaba del último proyecto donde había participado: el Espacio Literario de Ñuñoa. Después de un año y medio de trabajo repensando el espacio como un centro cultural con un catálogo propositivo y un lugar acogedor de encuentro, y de gestionar la creación de dos hitos literarios –el Festival Internacional del Libro en Ñuñoa y el Premio Municipal de Literatura Pedro de Oña–, sus amigos señalaron que había llegado el momento. Tenía que hacer su propia librería. 

“No tengo plata para poner una librería, hay que tener 10 millones, por lo bajo”, les respondió, “y yo no tenía esa plata. Mis papás no tienen plata, no soy cuico, no era ni siquiera una posibilidad en mi cabeza, y poder imaginar la posibilidad es la mitad de la pega”.

Gerardo nació en Viña del Mar y creció en Quillota, en la V región. Su papá persiguió tener libros en casa, y fue creando una biblioteca de clásicos, colecciones de Ercilla y lo que saliera en el diario, para empujar la lectura y el estudio en sus hijos, porque creía en que “la gente que lee es más exitosa”, narra Gerardo, “lo que era chistoso, ya que nadie en la familia leía tanto, ni siquiera él”. Lo que sí, de esos libros, le llamó la atención la imagen, los colores, la sensibilidad, y estudió Pedagogía en Arte en Valparaíso, y una vez egresado, partió a la capital. Buscaba una escena que fuese si no mejor, al menos más diversa. Trabajó brevemente en un colegio y en la Librería Contrapunto, donde, contrario a lo que se imagina, no se pasaba leyendo, y cuando quiso proponer libros que considerar para el catálogo, no fue posible, porque “no vendían”. Se priorizaba mucho más las novedades y el catálogo de fondo, aquellos libros estables, como Cien años de Soledad

“Recién empecé a leer harto a los 24/25, cuando tuve una pareja que era escritor y editor, y me mostró todo un canon diferente al que había leído en el colegio. Ahí dije, wow, si la literatura es esto, me fascina”.

Sin embargo, al poco tiempo, apareció la oportunidad de trabajar en la Librería Catalonia en el Drugstore, una librería independiente y de nicho, con una misión más especializada, y con ello, un público más exigente. Se cambió para allá. Se encontró con una propuesta más atenta a las novedades literarias, literatura latinoamericana y filosofía. A pesar de que nunca fue huraño al libro, sí venía con un bagaje más común, “más escueto, por decirlo de alguna forma. Ahí me empecé a sentir, no sé si mal, pero sí con una exigencia de parte de clientes que no estaba pudiendo alcanzar, y yo no sabía ni había leído tanto. Empecé a aprender los catálogos de memoria, revisar las editoriales que teníamos, y me sentí muy estimulado”.

“Me preguntan mucho si leo desde hace muchos años, y si siempre quise poner una librería, y yo digo que no”, explica. “Recién empecé a leer harto a los 24, 25, cuando tuve una pareja que era escritor y editor, y me mostró todo un canon diferente al que había leído en el colegio. Ahí dije, wow, si la literatura es esto, me fascina”.

Estando ahí, lo echaron del colegio donde trabajaba como profesor de arte. “Igual me sentí orgulloso de durar un año ahí, había profesores que firmaban el primer día de asistencia y al siguiente no volvían”. Era un colegio para que los niños pasaran el día, decía. “Al final dije, tendré que vivir con solo un sueldo, pero por último voy a tener tiempo libre y me puedo dedicar de lleno a esto, porque antes era rica y millonaria, pero sin tiempo y triste”. 

Priorizó otras cosas. Conoció a las dueñas de Catalonia, Catalina y Laura Infante, cuya madre fundó la librería, y de ahí más gente: escritores, personas del rubro, distribuidoras, editores, etcétera. Conoció a James Staig, profesor y doctor en literatura, a quien le hacía preguntas sobre poesía. Staig le propuso dar una charla sobre cómo leer poesía, ya que pronto se dieron cuenta de que mucha gente se pregunta lo mismo. “Es un género muy particular y caótico porque corre solo; no está mediado tanto por necesitar un lector, sino que es casi netamente la creatividad del escritor o la escritora. Hay gente que todavía cree que la poesía tiene que rimar, o tiene que entenderse, y eso está bien, pero no se ha explicado tanto todavía estos otros lados”.

Así, comenzaron ciclos para leer poesía cruzada por el cuerpo, por la experimentación, por la visión y más. “Para la del cuerpo, estuvieron Soledad Fariña con Zurita, y pude entrevistarlos”. De ahí empezaron a crecer ideas para armar actividades. “Le decía a mi jefa de ese momento, ‘oye, ¿no les importa que ocupe la librería para invitar a tales personas?’ Me dieron mucha libertad en eso, y así me enteré que eso se llama hacer gestión cultural, que no sabía que era una pega”.


“Pienso en la librería así: puede tener toda la literatura contemporánea, ensayo, ciencias sociales y poesía cabezona que quieras, pero que sea en un espacio donde no haya alguien que te diga, ‘¿cómo estás leyendo eso?

De ahí en adelante, estuvo encargado de la gestión, Twitter y el catálogo, por siete años y medio, donde siguió cultivando su hacer como librero. “Yo creo que la forma en la que me gusta trabajar no es tan de mi identidad, prefiero trabajar pensando que soy un gestor cultural o un librero, y esas dos labores siempre son pensadas hacia el otro. Los libros están pensados para otras personas”. ¿Y qué significa ser un librero?

 ¿Y qué significa ser librero?


“Súper concreto: alguien que administra y propone lecturas para quienes entran a la librería. Y en materias más blandas, y mezclado con la gestión cultural, es acercar la lectura y los libros a la gente”.


Hace poco, en una actividad que tuvo lugar en su librería, recibió críticas por la naturaleza de las personas que participaban: les pidió a dos comediantes y un actor que leyeran poesía de una colección de una editorial importante. “Chile se quedó sin poetas y al parecer hay que llamar a comediantes para que la lean”, cuenta que reclamaban, además de puntualizar que la cultura no tendría por qué ser entretenida ni buena onda. “Lo encontré muy mal comentario”, continúa Gerardo. “Eso no significa que no pueda ser útil para otras personas, y más para aquellas que no son cercanas a la literatura”. 

Gerardo tras el mesón de la librería.

“La cultura no es algo que se pueda manejar. No se puede decir qué es cultura o no, si es la forma de expresión y relación que tienen las sociedades, independientemente de si comulgan contigo o no. Eso es lo que es ser librero, acercar la literatura y los libros a la gente. Pienso en la librería así: puede tener toda la literatura contemporánea, ensayo, ciencias sociales y poesía cabezona que quieras, porque yo la leo o la intento leer, pero en un espacio donde no haya alguien que te diga, ‘¿cómo estás leyendo eso? ¿Qué estás consumiendo?’ Y por eso tenemos los más vendidos, una sección de crecimiento personal,  juvenil o romántica, independiente de que yo no lo lea. No quiero crear un espacio donde alguien se pueda sentir rechazado, porque no lo va a sentir de mí, lo va a sentir de los libros”.

Antes de formar la Inquieta, Gerardo pasó por otro lugar donde tuvo que plantearse estos puntos, pero desde cero. Hace unos años, cuando seguía en Catalonia, recibió una llamada. Emilia Ríos había entrado de alcaldesa de Ñuñoa, y con esa administración, llegó un proyecto para recuperar el Espacio Literario, al que le invitaron a participar. 

La renovación del catálogo, del café, el espacio, el catálogo, la programación; junto con la coordinadora general, y el equipo de libreros y gestores que ahora están a cargo, renovaron todo. “Antes era un lugar horrible, abultado, con unos mesones grandes, con puros libros fomes, un mal catálogo, mal café y cero potente”. Pasó a ser un espacio de encuentro, trabajo, lectura, cafetería. Se creó la Noche de Letras, se empezaron a hacer tocatas, entrevistas y clubes de lectura. Constituyeron dos grandes hitos para la escritura y lectura en la comuna: el Festival Internacional de Libro de Ñuñoa y el Premio Municipal Pedro de Oña.


“Nunca pensé que iba a tener un cargo así”, comenta. “Me fui con un buen finiquito, y ahí entre vacaciones y pegas chicas, mis amigos me dicen, ‘es que tú tienes que poner una librería ahora’”. Les dijo que no podía, que no tenía los fondos ni la energía. Le respondieron que ellos invertirían. “Pero tú tienes que sí o sí tener una librería”.

Una librería de autor 

“No es culpa de las personas que no puedan lograr cosas, sino que es de los entornos que les dicen cuáles son las herramientas y los métodos para llegar a hacerlo”. Al principio no les creyó, pensó que se iba a quedar en una conversación pasajera. Pero unos días después, su amiga le escribe: “‘Mira, yo estoy acá fuera de Servicios de Impuestos Internos, porque vamos a hacerlo con los abogados’, y yo como ‘oh, es real, ya, está pasando”. Y se puso a armar la librería, la que haría a su forma, con la experiencia pasada, las críticas recibidas, el conocimiento obtenido y los contactos ya establecidos. 

“Empecé a contactar a las distribuidoras, que me cachan desde hace años, y como siempre trato de trabajar bien, tenían mucha confianza en mí”, y le pasaron los libros. Las actividades, el diseño visual, la experiencia, “¿cuáles serán las primeras colaboraciones?” Sus amigos lo apoyaron para armar los diferentes vértices del proyecto, y así, como una bola de nieve, surgió la Inquieta Librería.



“Yo creo que todavía no me lo creo mucho. Como que no me parece real que le pago un sueldo a alguien”. Su compañera en la librería es María José, a quién contrató partiendo con trabajos más pequeños y fue subiendo el sueldo de a poco de acuerdo a cómo crecía la librería, para hacerlo factible, y que fuese algo de dos. “También quería desde un principio que no estuviese ligado a mí, porque si pasa algo catastrófico, si me llego a morir, igual quiero que la librería continúe”. 

Hace un tiempo, entró una pareja mayor a la librería. Sobre el mesón principal, había una selección de literatura asiática, para apoyar a un club de lectura que se estaba haciendo, y coincidentemente la mayoría eran escritos por mujeres. El hombre comentó,  “oye, como que hartas mujeres que escriben ahora, ¿eh?” A lo que Gerardo respondió, “bueno sí, o sea, porque antes no habían tantas autoras, y dos, también las editoriales ahora tienen esta impronta de publicarlas más”.  “Sí, pero como que hay muchas, ¿o no?”, respondió el señor. 

Le comentó que hay un tema político, en que las mujeres por mucho tiempo no han podido tener la misma visibilidad ni estudios que los hombres, y le iba a compartir un libro, Escribir y tachar, donde explica el porqué. “No es como que despertaste un día y de repente hay más libros de mujeres. Hay todo un trasfondo”. 

Pero en eso, el hombre le responde, “las mujeres siempre han escrito, si siempre han hecho lo que quieren”, y al ver otro título sobre feminismo, añadió, “Ah, pero es que esta es una librería woke”. “Ahí ya estaba molestándome”, cuenta Gerardo, “así que le dije, vaya a la librería del GAM, es el triple de grande y mucho más variada, y me respondió, ‘no quiero, ahí hay puras mujeres enojadas y feas’”.


“Ahí ya me empecé a picar. Yo conozco a la jefa librera, tiene años de experiencia y le pone todo a la librería. Así que le dije, ‘sabe qué, ¿por qué no mejor va a otra librería donde hayan puros hombres? Que yo creo que esas son las personas que a usted le gusta que lo atiendan”. La pareja, ofendida, se defendió diciendo que él estaba pensando mal, que ellos no lo habían molestado. Pero sí estaban disminuyendo su selección, sus libros, su mirada. Así que les pidió que se fueran. Y un amigo suyo de ese momento hizo un cartel, que ahora aparece en la pared, detrás del mostrador.

“Si esta librería te parece extraña y no están los libros que sueles comprar, es porque estás en una librería de autor. Aquí, el dueño escoge los libros que todavía no sabes que amarás”.



Ahí nació la idea de librería de autor.

“Yo nunca lo había pensado. Las entendía como librerías de nicho, especializadas, pero no de autor. Me molesta un poco el ego. No que me haga enojar, pero no quiero hacer eso. Yo puedo armar una librería, pero igual se arma con las personas que visitan”. Si alguien busca cierto libro, se lo puede pedir. “Tiene que ver con un punto de vista, más que algo exclusivo”.


Una librería que se mueve



En su bio de instagram, se lee “¡Hola! Soy una librería que se mueve”. Antes de esta entrevista, me había encontrado a Gerardo en cuatro ferias de diferentes perfiles: oficios, arte, algo entre esos dos. El esfuerzo de aparecer en distintos espacios, llevar consigo los libros, hacer selecciones específicas que se relacionen con las temáticas, y presentarse por uno o dos días completos fuera de la librería, surge de la necesidad de circulación del libro mismo. No son parte de una cultura masiva, explica. Ya no se ve a personas en series, películas o incluso en videos musicales, que estén leyendo o en una biblioteca. Dejó de ser parte del imaginario. 

“Da un poco lo mismo cómo, o qué; por eso centro la librería en eso, lo que importa es que se lea”.


“Los libros están en un ambiente muy precarizado. Tienen poca plata, nadie lee, no se mueven, no son parte de una cultura masiva. Todo está en contra. Entonces yo creo que lo que un librero activo hace es proponer o facilitar”. Por eso decide hacer una librería constantemente activa: tanto saliendo de ella misma, como invitando constantemente a otros a ser parte. “El libro, o la lectura, o la concentración, o la calma, o el mundo interior que te puede generar el libro se está muriendo. Entonces creo que tanto la gestión como estos espacios tienen que ser más fraternos, por último para querer estar ahí”.

Ya al final de la entrevista, le comento una conversación que vi hace poco tiempo en el canal Doomscroll (de Joshua Citarella) con Matty Healy, vocalista de The 1975, donde hablaba de cómo ha cambiado la relación del fanatismo. Antes, se tenía un póster en el cuarto para poder mirarlo, como un mundo interno. Ahora el fanatismo se construye como algo atestiguado: tengo el poster para mostrarte que esto me gusta y me identifica, y es validado a partir del otro que lo presencia. El movimiento es distinto. Es similar con los libros: más y más, necesitamos ser atestiguados leyendo, es parte de la construcción de identidad actual. “Eso es importante cacharlo, te da directrices de cómo se están relacionando las personas: preguntarte por qué la gente está deseando o rechazando ciertas cosas, y el movimiento que hacen”

Queremos pensar que los libros no se irán a ninguna parte, que seguirán siendo vitales para la búsqueda de quiénes somos, seremos y hemos sido. Que, tanto como hoy es necesario ser visto, atestiguado, para poder ser, que también nos veamos leyendo.

“Yo pienso, si nadie lee, ¿cuál será la próxima forma de relacionarnos? Si es que los libros vienen de la narración, como acto de transmisión de lo que sea en una comunidad, ¿cuál será la nueva forma de transmitirnos información en las comunidades del futuro? Por eso da un poco lo mismo cómo, o qué; por eso centro la librería en eso, lo que importa es que se lea. Y el libro lo puedes leer como quieras”.

Que nos encuentren las librerías, y que nos encuentren leyendo.



Gerardo Jara es librero y gestor cultural especializado en mediación literaria. Puedes conocer más sobre La Inquieta Librería en su instagram y en su web, o visitarle en persona.

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